¿Una actitud positiva puede cambiar el juego? Eso sucedió con Kathryn. Como porrista competitiva desde hacía muchos años, estaba emocionada de convertir a su equipo de la escuela secundaria en uno del primer año de universidad. Pero a medida que llegaba el otoño, se sintió cada vez peor.
Kathryn se sentía mareada y cansada. Vomitaba constantemente y su médico pensó que podía deberse a un parásito. No fue así. Sintió una dureza en el estómago y los exámenes revelaron que se trataba de masas en el hígado. Tenía carcinoma hepatocelular.
Esta forma extraña de cáncer de hígado no está vinculada a factores genéticos. Es muy agresivo y suele propagarse antes de su detección; el paciente no sobrevive más de unos pocos meses. El cáncer de Kathryn solo estaba alojado en el hígado, por lo que podría sobrevivir. Pero necesitaría quimioterapia y un trasplante de hígado.
Mientras sus amigos estaban sumergidos en la temporada de fútbol americano, Kathryn pasó dos meses en el hospital. Las náuseas persistentes y la quimioterapia hicieron que bajara de peso. Dependía de tubos de alimentación y veía cómo su físico musculoso pasaba de ser muy saludable a algo "calvo con huesos".
Los médicos de Maryland, Virginia y Washington DC la rechazaron como candidata a un trasplante. Algunos tumores eran tan grandes que ya no calificaba para el trasplante. Además, era probable que el cáncer se diseminara. Los médicos no creían que el trasplante funcionara.
Sus padres encontraron un médico dispuesto en Delaware, pero su seguro médico los envió a Pensilvania. Allí, las nuevas pruebas arrojaron un contratiempo inesperado: los tumores de Kathryn volvieron a crecer. Los médicos dijeron que, incluso con un trasplante, con suerte viviría otro año. Su cáncer volvería. No valía la pena hacerlo. Sus padres no podían creerlo: ¿cómo podría "no valer la pena" salvar la vida de una niña?
Kathryn nunca dudó que mejoraría hasta ese momento. La desesperanza la azotó de golpe. A los 14 años, comenzó a pensar su lista de cosas por hacer antes de morir. Entonces se detuvo. No estaba lista para darse por vencida, y tampoco sus padres.
Regresaron a Delaware, donde se sometió a más quimio. El médico de Delaware pidió a la Junta de Revisión de Trasplantes que aprobaran un trasplante para Kathryn y describió casos similares con resultados positivos. Además, se unió a los padres de Kathryn en la negociación para la aprobación de su proveedor de seguros.
Su perseverancia obtuvo su recompensa: la compañía de seguros aceptó cubrir el costo del trasplante. Y las nuevas sesiones de quimio estaban funcionando. No había masas nuevas y los tumores eran lo suficientemente pequeños, por lo que Kathryn calificaba para el trasplante.
El 30 de abril de 2002, la última pieza cayó en su lugar: Kathryn tenía un donante compatible para la cirugía que le salvaría la vida o sellaría su destino. Tardó 12 horas, pero el trasplante de hígado fue exitoso. Un año después del diagnóstico, estaba libre de cáncer.
Kathryn pasó el resto del año escolar recuperando fuerza. El verano antes de su primer año de universidad, le pidió una prueba al entrenador de porristas de la University of Maryland. El entrenador aceptó y Kathryn cerró el trato. ¡Entró al equipo de porristas! Gracias a su donante, Kathryn tuvo una segunda oportunidad ante la posibilidad que se había deslizado de sus manos años antes, cuando las rutinas de la vida la tumbaron.
Se acerca el 10° trasplantiversario y Kathryn todavía no puede creer cómo salió adelante. Su teléfono muestra el mismo mensaje todos los días al mediodía: "Hoy es el mejor día de tu vida". Cuando lo ve, sonríe a las posibilidades. Cada día es especial y las pequeñas situaciones estresantes no le afectan. "Me río de ello porque he vivido mis peores momentos. Lo único que puedes hacer es ser positivo".
Le llevó cada pedacito de esa positividad, más perserverancia, rezos y un regalo increíble, pero Kathryn llegó a la cima.
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